CAMPO DE TRIGO CON CIPRESES (VINCENT VAN GOGH)
Las nubes de van Gogh Las hay tranquilas, lentas y apacibles. También, inquietas e inconstantes que deambulan día y noche sin pausa. A veces parecen desaparecer. Otras, altaneras se suben a un pedestal o a la cima de una montaña para gritar a los cuatro vientos su omnipresencia. Muchas descienden desde los universos más recónditos, casi rozando las fauces de la tierra. Las hay blancas, pulcras, casi puras. Flacas y regordetas. O las áridas que secan lo que tocan, con un dejo desértico lleno de espinas. Otras, en cambio, se enojan, se rozan y truenan. Pasan del gris tenue a una oscuridad que envuelve todo a su paso. A veces, retumban hasta llorar de impotencia. Algunas son copos de nieve en pleno verano; momento en que el sol ilumina las gotas de rocío derramadas en el manto celeste; y pincelan una colorida sonrisa invertida, por donde suben y bajan gozosas para continuar, incansablemente, su marcha eterna. Por Andrea Sigal © marzo 2022