EL GRITO (EDVARD MUNCH)

El grito, Edvard Munch, 1893

Ellos se conocieron en la escuela secundaria, se vieron, se enamoraron, y ahora que ambos se estaban recibiendo de abogados, decidieron ponerle un anillo a este amor sentimental –profesional.  Estaban organizando la gran boda, ya tenían contratado el salón, acaban de elegir el menú adecuado, las parejas de padres reñían por la cantidad de invitados, por la ubicación de las mesas principales, por la disposición del entretenimiento y toda una serie de menesteres que traían más discordia que unión familiar.
Los tortolos quedaron en encontrarse para repartir casa por casa las invitaciones, estaban emocionados, todos los recibían con una exquisita bienvenida, llena de deliciosos manjares. Ya no les quedaba espacio en sus vientres, ni les cabía una tajada más de nada. Y lo importante, era que sí les entrasen  los trajes confeccionados para la ocasión ceremonial tan próxima a la fecha.
El novio, llevó a la novia a su hogar, la despidió con un cálido beso, pero estaba tan excitado que prefirió hacer una parada en la casa de un viejo amigo, solo un pequeño rato para compartir con él todo el amor que sentía. Y soñar despierto con sus proyectos, con los hijos venideros, con los lugares soñados que conocerían en la idealizada luna de miel.  El amigo solo pensaba en la despedida y en las mujeres que traería para darle fin a la soltería. A él mucho la idea no le gustaba. No quería traicionar al amor de su vida. Ni siquiera por una noche, ella no lo merecía. Jamás lo había traicionado.
Enseguida decidió marcharse a pie hasta su hogar paterno, para disfrutar sus últimos días de célibe y dormir hasta que las velas dejen de arder.
Cuando estaba cruzando el puente, que debía haber cruzado hacía una hora atrás, la vio a ella, en los brazos de otro, con una valija al costado de su cuerpo. Se abrazaban apasionadamente, tan apasionadamente que nunca lo vieron. El novio gritó, gritó tan fuerte que el río se alborotó provocando más y más ruido. Un ruido tan ensordecedor que dejó mudo a los amantes mientras el agua se erguía ante ellos, formando un oleaje que fue arrastrándolos juntos a los tres hacia las profundidades hasta que la muerte los separe.

Por Andrea Sigal  © marzo de 2019

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