EL SEÑOR DEL SOMBRERO OSCURO (RENÉ MAGRITTE)
El
señor del sombrero oscuro, así se lo conocía en su pueblo con mar, lugar en el
que vivían unos pocos habitantes de longevas edades ¿Realmente alguien lo
conocía bien?, era la pregunta del montón de arena.
No
tenía familia, ni hijos ni nada que se supiera. Su casa estaba casi
tocando las orillas de las olas. Por las noches solo una luz tenue alumbraba su
vivienda sombría por dentro; y por fuera
la luz de la luna remarcaba los bordes del marco casi espejado de los cristales.
¿Estaría allí posando su silueta apagada contra el frío vidrio? ¿O descansaría
en algún rincón de su morada?
Por las mañanas se lo veía mirar por la ventana,
pero nunca se acercaba hasta la playa, era como un espectador de la vida ajena. No
sonreía o al menos su sonrisa no traspasaba el cristal de su rosetón.
Siempre
alargado, con su traje negro, su peinado aburrido, como si cada día estuviese
cortado por la misma tijera rutinaria, sin una coma fuera de lugar. Ni un punto
seguido modificado que se pudiera transformar en puntos suspensivos por
ejemplo. Ni siquiera podían, a simple
vista ninguno de ellos, terminar en un punto final.
Todos
los días eran lo mismo, un pobrete que quería olvidar y a la vez era
olvidado. Olvidado por su propio ser. Condenado a repetir y repetir una y otra
vez. Tan olvidado que ni siquiera la gente que al principio lo observaba, ya lo
observaba. Solo algún turista curioso lo divisaba al pasar sin percatarse de la
situación vivida, porque su paso por allí era pasajero para poder saberlo.
Con
el tiempo se transmutó en parte de su propio paisaje, una fotocopia de sí mismo
repetida y pegada en el vidrio de su propio castillo de arena una y otra vez.
Una
figura que en cualquier momento un fuerte viento, una marea desafortunada o el
mismísimo sol podrían secar y sepultar, para ser borrada como si nunca hubiese
existido, transformándose en un mito viviente de ese fantasmagórico pueblo con
mar.
Por Andrea Sigal © 2019